En el artículo pasado veíamos que la doctrina cristiana es el conjunto de enseñanzas que recibimos de Dios. Si Dios ha enseñado y si tenemos acceso a sus enseñanzas por medio de los escritos bíblicos, ¿por qué tan diversas religiones en el mundo y tantas iglesias cristianas diferentes? ¿Es que la doctrina de Dios es muy difícil, o que en materia de religión hay que conformarse con los gustos, preferencias y opiniones de cada quien? Este parece ser el punto de vista de muchas personas en nuestros días. De hecho hay incluso un creciente número de creyentes para quienes la doctrina es algo completamente secundario. Muchos prefieren no hablar de temas doctrinales porque suponen que las creencias religiosas no son nada más que puntos de vista muy personales de cada quien. ¿Pero realmente la fe pertenece el plano de las opiniones o es que los humanos somos propensos a errar? Lo cierto es que pensar con juicio y buscar con acierto la verdad no son tareas fáciles y hay varios factores que interfieren con nuestra búsqueda.
Lea 2 Tesalonicenses 2:10. ¿Cuál es aquí un factor clave para no caer en el error? El amor a la verdad. Para aprender hay que querer aprender. Hay que aceptar que uno no sabe y estar dispuesto a renunciar a la ignorancia. Con frecuencia nos entusiasmamos con la idea de aprender algo nuevo, un idioma por ejemplo, pero no tenemos suficiente interés para continuar estudiando hasta lograr realmente aprenderlo. Lo mismo pasa en materia de fe. Por una parte es difícil reconocer que no sabemos algo; y por otra, hay muchas cosas en nuestro presente inmediato que compiten por nuestro interés y solemos posponer la reflexión seria que supone la búsqueda de la verdad. Pero el problema puede ser más hondo que la simple falta de interés.
La superstición juega un papel importante. La superstición es fascinación por lo mágico. Es una forma simple de encontrar inmediatamente explicaciones y esperanzas sin tener que pensar en razones válidas para sustentarlas. El musulmán que escribe en el fondo de una tasa con tinta soluble un verso del Corán y que luego lo diluye en agua para tomárselo con el fin de alejar de si los malos espíritus o curarse un dolor de estómago ha optado por una creencia supersticiosa. Igual sucede con el cristiano que cierra los ojos, abre la Biblia y apunta con el índice en cualquier parte de la página con el fin de saber cuál es la voluntad de Dios para él en ese momento.
Hay ideas que nos vienen a la mente y que nos hacen sentir bien. En diciembre, la idea de una fábrica de juguetes en el polo Norte con duendes y un señor gordo vestido de rojo que el 24 surca los cielos en su carruaje tirado por venados para regalarle juguetes a los niños buenos se oye bonita y emocionante. Los niños emocionan y son felices con el cuento y muchos adultos lo siguen para no quitarles la emoción a los niños. Esto mismo puede pasar con muchas ideas religiosas. Nos hacen sentir bien y nos encariñamos con ellas. Luego se nos hace muy difícil dejarlas. Para encontrar la verdad hay que tener valor para cuestionar lo que creemos y renunciar a cualquier doctrina que no se pueda sustentar mediante una evidencia sólida. Creer una doctrina sin evidencias es como pretender dibujar el mapa de una ciudad que uno no conoce, encerrado en su cuarto, haciendo trazos con los ojos cerrados.
Por otra parte, evaluar la evidencia en pro o en contra de una doctrina tampoco es fácil. Hay que ser muy honesto. Las evidencias que acumulamos son los datos que nos permiten determinar la realidad de la doctrina. ¿Es verdadera o falsa? ¿Es de Dios o de los hombres? La realidad es lo que es, a pesar de lo que uno crea al respecto de ella. Sin embargo, comúnmente, como nos encariñamos con nuestras creencias, solemos solamente prestar atención a aquellos datos que confirman nuestra creencia, menospreciando los que la desmienten. Pero si queremos encontrar la verdad, debemos esforzarnos para ser imparciales a la hora de justipreciar las evidencias.
Lea Hechos 17:1-2. Para buscar la verdad, con frecuencia es necesario escuchar los argumentos de otros y articular los propios cuidadosamente. Argumentar no es pelear con insultos y arrogancia para defender la posición propia. Es buscar la evidencia que nos permita darle la razón a la verdad. Evadir el argumento es rechazar la ayuda que otros pueden ofrecernos en la búsqueda de la verdad. Desafortunadamente lo que a menudo sucede es una de dos cosas: o argumentamos irracionalmente con el fin de mantener a toda costa nuestra posición propia, o evadimos por completo el debate, encerrándonos inevitablemente en nuestras propias creencias, sean estas verdaderas o no.
Otro factor importante a tomar en cuenta es que todos somos falibles. Las mentes más brillantes han cometido errores en sus razonamientos y se han encontrado con los límites de sus propias conclusiones. Por miles de años personas muy brillantes pensaron que la tierra era plana. Los físicos más sobresalientes de la antigua Grecia no podían explicar el movimiento de los planetas alrededor del sol. Es claro, pues, que para buscar la verdad es necesario ser humildes. Ser humilde significa estar dispuestos a reconocer las fallas propias y a corregirlas de inmediato. El problema es que la humildad no es una virtud innata, espontánea y automática en los humanos. Hay que cultivarla.
Lea Juan 8:31-32. Para encontrar la verdad es necesario permanecer. Permanecer significa insistir en la búsqueda día con día. Es aprender permanentemente. Implica ocuparse en el estudio y la investigación. Una persona que no estudia ni es consistente suele cambiar fácilmente el significado de las escrituras. Lea 2 Pedro 3:15-16.
La tradición es otro factor que influye en la prevalencia de distintas creencias religiosas. La tradición es el resultado de prácticas, costumbres y creencias que se arraigan con el tiempo en una comunidad. Lea Mateo 15:1-9. Con frecuencia las tradiciones se convierten en verdades indiscutibles. Así por ejemplo, según una tradición musulmana, Mahoma fue llevado al cielo por el ángel Gabriel y allí Dios le dio instrucciones sobre cómo deberían los hombres adorarle. Alá exigió que hicieran rituales de oración 50 veces al día. Moisés, quién habita en el sexto cielo, le preguntó a Mahoma que le había dicho Alá. Cuando Mahoma le contó que había pedido rituales de oración 50 veces al día, Moisés le dijo que eso era una carga demasiado grande para los hombres y lo convenció de que regresara a Alá y negociará requisitos menos gravosos. Esto sucedió cinco veces, después de las cuales Alá accedió a que sólo se practicaran cinco rituales al día. Moisés pensó que eso todavía era mucha carga, pero a Mahoma le dio vergüenza volver a regatear con Alá. Igual que los musulmanes, los cristianos también han acumulado un gran número de tradiciones en las que muchos creen sin pensarlo dos veces. Tenemos, por ejemplo, las múltiples apariciones de santos y vírgenes, como es el caso de la aparición de la virgen de Guadalupe al indio Juan Diego.
Finalmente lea Romanos 1:18-23. según el apóstol Pablo el problema empieza con la injusticia y la impiedad que caracteriza la raza humana. No estamos contentos con la idea de un Dios soberano que dirija nuestra vida. Añoramos pensar y actuar independientemente. Nos emociona la idea de creer que sabemos cosas. No amamos a Dios lo suficiente como para dedicar nuestra mente y corazón a conocerle y a saber su voluntad con el fin de ponerla por obra. Por consiguiente, no debe extrañarnos que cada día aumente más el número de religiones, sectas, denominaciones y cultos religiosos por todo el mundo.
¿De donde, pues, surge toda esa diversidad? Estos son los factores que hemos mencionado en este artículo. La diversidad de creencias proviene de:
- La falta de amor y compromiso con la verdad.
- La facilidad con que muchos tercian por la superstición.
- El apego nuestros sentimientos agradables aunque procedan del error.
- La indisciplina a la hora de acumular y sopesar evidencias que sostengan o desmientan lo que creemos.
- Rehusar el buen diálogo.
- La falta de humildad.
- La falta de consistencia y estudio.
- Mantener prácticas y costumbres tradicionales de nuestras respectivas comunidades sin plantearnos ningún cuestionamiento.
- Rechazar la autoridad de Dios.
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