Empecemos este artículo haciéndonos seriamente una pregunta. ¿Conducen todas las doctrinas religiosas a un mismo Dios? Alguien podría pensar: ¡Qué importa lo que uno crea acerca de Dios! De todos modos nadie puede conocer a Dios exhaustivamente. Para algunos hablar de quién es Dios puede parecer un ejercicio especulativo sin fundamento alguno. Sin embargo, los cristianos partimos de la fe en que Dios existe y ama. Si en realidad existe un Dios que nos ama, es natural que quiera comunicarse con nosotros y que busque dársenos a conocer. La segunda pregunta, por supuesto, es ¿cómo se nos da a conocer Dios? La respuesta es que primordialmente Dios se nos revela por medio de Las Escrituras Sagradas. La Biblia es el lugar de encuentro entre Dios inefable y el hombre que busca acercarse a Dios desde su lengua y cultura. En el lenguaje bíblico se empalman la mente infinita del Creador y la mente finita de la criatura. En Las Escrituras nos encontramos con experiencias originarias de Dios, quien se da a conocer, aunque limitadamente, de maneras accesibles a nosotros. Así, pues, para conocer a Dios con verdad, tenemos que partir de La Biblia.
Para los cristianos, La Biblia consiste de dos partes. En la primera, encontramos una historia en la que Dios se hace presente en medio de las esperanzas y tensiones de su pueblo hasta que llega Cristo. En la segunda, leemos acerca de las buenas noticias de la venida de Cristo y sus implicaciones para la humanidad. A partir de este hecho, tenemos que preguntarnos: ¿Qué significa Jesús para nuestra comprensión de quién es Dios? En el contexto de la narrativa bíblica, Dios que es trascendente se une con la humanidad por medio de Jesús. La venida de Jesús es determinante para conocer a Dios y seguir sus propósitos.
El término Dios en la Biblia es algo ambiguo. Por una parte, puede referirse a Dios, Padre de Jesucristo y por otra a Dios, en cuanto Padre, Hijo y Espíritu Santo. A Dios también la Biblia lo llama Señor o Rey, Todopoderoso o Altísimo. En Jesús la gloria de Dios asume la humillación y la pequeñez. El Rey nace en un pesebre, cabalga en un asno y muere paradójicamente habiendo sido coronado con espinas, y con un título sobre su cabeza que dice: «Este es el rey de los judíos». El Pastor, se vuelve cordero y en una visión de la realidad última únicamente el cordero inmolado es digno de acercarse al trono de Dios. Estas no son fotografías de Dios. Dios no es un padre ni un rey en el sentido literal de las palabras. Estas palabras e imágenes son mas bien señales que dirigen nuestros pensamientos hacia Dios.
El Dios de la Biblia nos repite con actos y palabras que nos ama. Su amor no es circunstancial ni está condicionado a nuestras respuestas. Amor es simplemente lo que Dios es (1 Juan 4:7). Dios nos ama como un padre a su hijo (Hoseas 11:1-4) o como una madre a sus críos (Isaías 49:15; 66:13). El Dios de la Biblia es único. Puede haber mucha gente que imagine y adore muchos dioses, pero en realidad solo existe un Dios (Isaías 43:10-11) que creó todas las cosas, y nos creó a usted y a mí, como una expresión de su amor, el cual es antes del tiempo. De igual manera, Dios es el único que nos salva por su amor inmenso, eterno e infinito.
En la narrativa bíblica, los que fueron testigos de la vida de Jesús presenciaron un acontecimiento extraordinario. Dios se reveló en forma humana. El Creador y Redentor encarnó en nuestro tiempo y espacio el amor eterno del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. Desde esa condición humana, sometiéndose voluntariamente a las fuerzas contradictorias que siembran muerte en la creación, Dios demostró su proyecto de salvación. Absorbió la muerte en la vida y unificó a la criatura con el Creador para satisfacer el amor del Padre. Murió injustamente sacrificado, pero resucitó en gloria al tercer día. La garantía de que ese asombroso suceso de la resurrección fue el primer fruto del propósito último de Dios, el cual es la unificación del cosmos bajo la influencia de Cristo (Efesios 1:10), es el Espíritu Santo (Romanos 8:11).
Los escritores del Nuevo Testamento recogieron esas experiencias y nos las transmitieron sin elaboración dogmática. Durante varios siglos después de la muerte de los apóstoles apologistas, estudiosos de la fe y líderes cristianos bregaron con la idea de explicar la fe que encontraron en el testimonio sencillo e inmediato de los primeros cristianos. De un lado, desde el comienzo la iglesia adoraba a Cristo, reconociéndolo Señor. Por otra parte, los escritores bíblicos no dudaron en hablar de la humanidad de Cristo y de su subordinación al Padre. Cuando la iglesia se extendió por todo el imperio y fue necesario explicar la razón de la fe a los intelectuales de la época, muchos cristianos recurrieron a los escritos de los grandes filósofos para hablar de la naturaleza de Dios.
En el contexto de este encuentro con la filosofía griega, una de las controversias más importantes que surgió en los siglos tercero y cuarto tuvo que ver con la naturaleza de Cristo. La pregunta fue si Cristo era una misma esencia con Dios o no, y si compartía la eternidad con Él o no. Muchos cristianos, liderados por Arrio (256-336), afirmaban que Jesús no era eterno, y por consiguiente no era igual a Dios. Muchos otros, bajo la dirección de Alejandro, obispo de Alejandría, creían lo contrario. Ahora bien, la iglesia durante los primeros dos siglos había dirimido sus diferencias mediante extensas discusiones y aferrándose a la verdad apostólica y la practica de la santidad. Pero a partir de la conversión de Constantino tenía el recurso novedoso de la autoridad civil para resolver sus problemas estableciendo credos oficiales. En el concilio de Nicea (325) se afirmó oficialmente que Jesús era eterno como el Padre y era de la misma esencia (ousía en griego) que él. Posteriormente el dogma de la trinidad se refinó y se fijaron conceptos oficiales para referirse a la esencia («osuna» en griego), la persona («prosopos» en griego), la sustancia personal («hypostasis» en griego).
Como puede verse, la elaboración teológica pos apostólica de lo que es Dios está enmarcada en las categorías de la metafísica griega. Nosotros preferimos las afirmaciones escuetas del Nuevo Testamento. Sin embargo, antes de mencionar algunas, veamos qué dicen los Testigos de Jehová.
Los Testigos de Jehová son una agrupación religiosa fundada en 1881 por Charles Taze Russell y que pretenden restaurar el cristianismo primitivo, basándose en su propio entendimiento sectario, parcial y descontextualizado de la Biblia. Decimos que su entendimiento de la Biblia es sectario porque sus dogmas se definen y difunden desde su sede central en Brooklyn, Nueva York. Es parcial, porque parte de textos aislados y tomados fuera de su contexto literario. Y es descontextualizado porque no toma en cuenta los respectivos contextos histórico culturales que sirvieron de marco a los escritos bíblicos. Veamos, pues, qué enseñan respecto a Dios.
Primero. Los Testigos de Jehová creen que Dios es un ser unitario.
En su libro, «Sea Dios veraz» leemos:
«Hubo, por supuesto, un tiempo en el que Jehová Dios estaba solo en el espacio universal. Toda la vida, la energía y el pensamiento estaban contenidos en él solo… Luego llegó el momento en el que Jehová empezó a creer…» (p. 25).
Segundo. Ellos creen que Cristo no es eterno, sino que fue creado.
En su libro «Buenas nuevas que le harán feliz» leemos:
«Durante toda esta actividad creadora, Jehová tenía a su lado un ayudante –un obrero maestro– el más amado de todos sus hijos angelicales en el cielo invisible» (p. 69)
En otra parte leemos:
«Tal como él (Cristo) es la más alta creación de Jehová, también es la primera, la creación directa de Dios, el único engendrado por el Padre» (Russell, Estudios sobre las Escrituras, Vol. V. p. 84)
En otra parte dice:
«Jesús no fue medio Dios y medio hombre. No fue Dios en la carne. Para expiar la transgresión de un hombre (Adán), el “hombre Jesucristo” tenía que corresponder exactamente al Adán que una vez fuera perfecto. Tenía que ser un hombre perfecto, nada más, nada menos.» (Buenas Nuevas, p. 118)
También dice:
«Al Hijo se le describe como “unigénito” porque fue la primera y única creación de Dios» (Buenas Nuevas, p 117)
Finalmente, en «Sea Dios Veraz» dice:
«¿Quién dirigió el universo durante los tres días que Jesús estuvo muerto en la tumba? Si Jesús era Dios, entonces durante la muerte de Jesús, Dios estaba muerto y en la tumba. Si Jesús era el Dios inmortal, entonces, no podía morir» (p. 109).
Veamos ahora los siguientes versos bíblicos:
Juan 1:1-3
Isaías 7:14, Mateo 1:23
Juan 15:17-18.23.26
Juan 8:48-59
Filipenses 2:5-8
Colosenses 1:15-17
Isaias 9:6, Tito 2:13
Juan 20:24-28
Juan 5:16-23
Isaías 44:6, Apocalipsis 1:9-18
Closeness 2:9
Mateo 3:16-17
Judas 20:21-22
1 Juan 4:7-15
1 Pedro 1:1-2
2 Corintios 13:14
Romanos 8:8-10
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