En los dos artículos anteriores vimos que la naturaleza y el rumbo de la iglesia que Jesús había establecido en el primer siglo fue cambiando paulatinamente a medida que se introdujeron prácticas y doctrinas diversas. Como era de esperarse, surgieron fuertes discrepancias y contiendas que prontamente se extendieron por todas las iglesias. Se formaron luchas de poder y escuelas de pensamiento muy influyentes que causaron polarizaciones incluso entre entre los cristianos seguidores de la enseñanza apostólica. Desafortunadamente aquellos cristianos gradualmente abandonaron la práctica de dirimir sus diferencias apelando al amor y a la Palabra revelada, y optaron por apelar más a la autoridad de los supuestos obispos, siguiendo listas no siempre confiables de sucesión apostólica. Más tarde vino la idea de los concilios de los supuestos sucesores de los apóstoles; y luego, peor aún, la búsqueda de aprobación por los poderes políticos de su época. A partir del siglo IV, la conexión inicial con Jesucristo y el compromiso con Su plan de redención se fue esfumando con mayor rapidez, especialmente a partir de la fecha en que la iglesia empezó a gozar de la aceptación y el apoyo del imperio. Además, dado que en la antigüedad era común que los pueblos adoptaran fácilmente la religión de sus emperadores, la conversión de Constantino y el hecho de que, después de él, los gobernantes fueran generalmente cristianos fueron dos factores que hicieron que muchas personas se añadieran a las filas de la iglesia, pero sin convicción ni verdadera formación apostólica. Estos nuevos "cristianos" simplemente querían una religión, preferiblemente con rituales sobrecogedores y una apariencia majestuosa.
Por otra parte, también la concentración de prestigio y poder en los líderes eclesiásticos y su estrecha relación con los poderes políticos seculares del imperio romano ya de por sí dividido, fueron dos circunstancias que contribuyeron a que se fomentara más desde los comienzos de la Edad Media en el siglo V el creciente distanciamiento entre la iglesia accidental y la oriental. De por sí, las diferencias culturales eran profundas y, además, en uno y otro lado del imperio las condiciones políticas iban haciendo la brecha también más honda. En este ambiente, las grandes discusiones teológicas que suscitaban las escuelas iban marcadas con el favor o la desaprobación de los emperadores, quienes hacían sus decisiones más por consideraciones políticas que bíblicas. Fue así como eventualmente, después de más de quinientos años de distanciamiento, el 16 de Julio de 1054, se produjo definitivamente el cisma entre la iglesia católica romana y la que vino a ser la iglesia católica ortodoxa.
La iglesia ortodoxa, igual que la iglesia católica romana, fundamenta su existencia en la sucesión ininterrumpida de obispos desde la época de los apóstoles originales de Jesús. En la actualidad cuenta con más de 300 millones de fieles en todo el mundo y está organizada en torno a 15 patriarcados autónomos e independientes. Los patriarcas ejercen su autoridad en sus respectivas jurisdicciones respetando cordialmente sus límites y resuelven sus problemas sin acudir a ninguna autoridad superior. Los patriarcados más antiguos son los de Constantinopla, Alejandría, Antioquia y Jerusalén. El patriarca de Constantinopla goza de una posición especial de honor, pero no tiene jurisdicción sobre los demás patriarcas. Además hay otras iglesias ortodoxas que se gobiernan a sí mismas y que no están subordinadas a los patriarcados oficialmente reconocidos.
Para finales del siglo XV la situación de la iglesia católica romana era absolutamente deplorable. El poder había corrompido a los líderes. Los ministerios ya no eran oportunidades de servicio amoroso y abnegado, sino posiciones eclesiásticas que se compraban y se vendían sin ningún miramiento o atención a la vocación o el carácter moral de quienes las negociaban. Desde los papas hasta los monjes, los prelados de la iglesia ostentaban sin reparos el derroche de cosas y el libertinaje sexual. El pueblo empobrecido vivía en completa ignorancia, hundido en la superstición. A los papas les interesaba más el lujo y la gloria de Roma, que el progreso del mensaje de amor humanizante y esperanzador que Jesús proclamó dede la cruz. Era obvio que la iglesia católica romana se había apartado de aquella muchedumbre de personas sencillas y comprometidas que en los primeros siglos de nuestra era estuvieron dispuestas a dar su vida por mantener con pureza y honor el ideal del crucificado.
No solamente la explotación de los «pastores» a su «grey» y su escandalosa avaricia e inmoralidad separaban esta nueva y decadente iglesia de la primitiva. Muchos dogmas y prácticas ajenas a las enseñanzas originales de los apóstoles se habían introducido a lo largo de los años y ahora eran tenidos por dogmas de fe que todo creyente debía confesar so pena de ser enjuiciado por la severa Inquisición. Para colmo de cosas, la Biblia solo estaba disponible en latín y la gente común de muchos pueblos que ni hablaban ni leían latín no tenían acceso a ella. Después de la caída de Constantinopla en 1453, llegaron a occidente textos bíblicos griegos y en algunos estudiosos que empezaron a leerlos se despertó la llama de una reforma que pudiera llevar a la iglesia a retomar el rumbo marcado en las fuentes originales de la fe, es decir, los escritos del Nuevo Testamento.
Estando así las cosas, a principios del siglo XVI, Martín Lutero propuso cambiar aquellas doctrinas y prácticas de la iglesia católica romana, que a su parecer no estaban de acuerdo con Las Escrituras. Puesto que la iglesia católica rechazó rotundamente esta propuesta, surgió un movimiento nuevo, separado, conocido como «el movimiento de la reforma protestante». La idea de Lutero era que la Biblia, y no la jerarquía católica, debería ser la autoridad final en asuntos de fe. Él creía que las personas se salvan por su fe en Jesucristo y no por el cumplimiento de obras y ritos impuestos por la iglesia. Lutero se opuso especialmente a la venta de indulgencias, explotación sin escrúpulos de la fe ignorante y los temores de los fieles. Por su parte, paralelamente en Suiza, Ulrico Zuinglio llegó también a conclusiones similares a las de Lutero en Alemania y lideró la reforma en su región.
El siglo XVI era una época de grandes cambios en Europa. Soplaban fuerte los vientos del humanismo y el nacionalismo. Varios sectores de aquellas sociedades convulsionadas vieron en las ideas de los reformadores un punto de apoyo para adelantar sus ideales nacionalistas y los intereses de su respectiva clase. A la vez las corrientes de la época influían también sobre el pensamiento de los reformadores, mientras ellos aspiraban a contar con el apoyo de sus pueblos. Zuinglio, por ejemplo, a pesar de insistir en que actos como la participación de la cena del Señor eran simplemente expresiones simbólicas de la fe, mantuvo la práctica del bautismo de infantes en conformidad con sus ideales patrióticos, a pesar de lo contradictoria que ésta era respecto de sus propios planteamientos. Después de todo, si el bautismo era solo un símbolo de fe, ¿qué sentido tiene practicarlo en una persona que no entiende lo que está pasando?
Fue así como desde el principio surgieron dos corrientes de reforma: La iglesia luterana, por un lado; y la iglesia reformada, por el otro. Lutero, por una parte, esperanzado en tener más adeptos y lograr más apoyo para su causa en Alemania, no quería causar tropiezos ni distanciamientos innecesarios con los católicos de su país. Por ello insistía en que sólo era necesario cambiar aquellas prácticas o doctrinas que abiertamente contradecían las Escrituras. Por otro lado, Zuinglio asumía que una verdadera reforma debía eliminar todas aquellas doctrinas o prácticas que uno no pudiera verificar en la Biblia.
Por ahí en 1530 en Francia, Juan Calvino, un ilustre estudioso de teología, humanidades y derecho, se convirtió a las ideas de la reforma y rompió con la iglesia católica, negando su autoridad, enfatizando la importancia primordial de la Biblia e insistiendo en la salvación por fe y no por obras. Unos años después, la violenta persecución emprendida en Francia por los católicos contra los protestantes, lo obligó a huir Basilea, Suiza. En 1536 se instaló en Ginebra. De allí fue expulsado debido al excesivo rigor que pretendía imponer sobre los creyentes. Sin embargo, en 1541 volvieron a llamarle a Ginebra donde poco a poco adquirió gran poder, no sólo religioso sino también político y logró imponer los ideales de su religión en la vida pública. De hecho, en 1553 hizo quemar en la hoguera a Miguel Servet, a quien consideraba hereje por sus ideas sobre la trinidad. Posteriormente, sus doctrinas dieron lugar al calvinismo y sirvieron de base al desarrollo del protestantismo en toda Suiza y Holanda, de los hugonotes en Francia, los presbiterianos en Escocia y los puritanos en Inglaterra. Calvino se opuso a la unidad con la corriente Luterana aduciendo diferencias teológicas irreconciliables. Entre estas estaba principalmente su doctrina de la predestinación, según la cual Dios determina de antemano quienes se salvan y quienes no sin mediar para nada la voluntad de los individuos. Las buenas obras no contribuyen en nada para la salvación, sino que son también la conducta predestinada por el Creador para los que se salvan, igual que les bendiciones que puedan recibir en su vida.
Debido a que ni Lutero ni Zuinglio, con sus respectivos grupos, se atrevieron a ser más consecuentes con sus ideales de retornar a derrotero marcado por los escritos del Nuevo Testamento, surgieron nuevos grupos con propuestas más radicales. Se les conoce en la historia de la iglesia como «anabaptistas», porque insistían en que el bautismo de infantes no es válido y los creyentes tienen que bautizarse como adultos para pertenecer a la iglesia del Señor. Estos grupos rechazaron cualquier alianza con los estados de su época y por eso se les consideró subversivos y fueron cruelmente perseguidos. Al morir la primera generación de líderes pensadores, la segunda generación, impulsada principalmente por campesinos resentidos se volvió más radical aún, rehusaron pagar impuestos o intereses, empezaron a predecir la inminente segunda venida de Cristo y eventualmente en algunos casos formaron movimientos revolucionarios violentos.
Después de la derrota de los anabaptistas revolucionarios en Münster, Alemania en 1535, surgió una nueva generación de pacifistas. Uno de ellos, Menno Simons fundó en Holanda la denominación de los Menonitas. Los menonitas ejercieron una influencia notable sobre un grupo de ingleses que habían huido a Amsterdam por causa de la persecución. Uno de ellos, John Smyth fundó en 1609 la primera iglesia bautista inglesa.
A partir de 1534, la iglesia católica de Inglaterra se separó de Roma cuando el rey Enrique VIII rompió relaciones con el Vaticano, luego de que el papa Clemente VII le negara la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena. El rey se declaró cabeza de la iglesia en Inglaterra, anuló su matrimonio con Catalina y determinó no continuar pagando tributos a Roma. Enrique VIII, no estaba realmente interesado en una reforma doctrinal de la iglesia. Sus intereses eran predominantemente políticos. Sin embargo, sus políticas fueron bien recibidas por varios sectores en Inglaterra que ya tiempo atrás querían ser independientes de Roma y que veían en ellas la posibilidad de llevar a cabo cambios más profundos. Catarina Parr la sexta y última esposa de Enrique VIII simpatizaba con la reforma. Así, después de la muerte de Enrique VIII, la iglesia de Inglaterra tomó más rasgos del protestantismo y se distanció más de la iglesia católica. Todos los creyentes pudieron participar del pan y de la copa en la comunión, los clérigos pudieron casarse, las imágenes se quitaron de los templos y los cultos se celebraron en inglés. Tras el mandato de María la sanguinaria, hija de Enrique VIII y Catalina, quien quiso restaurar el catolicismo en Inglaterra, condenando a casi 300 líderes religiosos a la hoguera, Elizabeth, su media hermana, hija de Ana Bolena, asumió el trono y siguió una política de acercamiento en la que se mantuvieron la separación de Roma y varios elementos de la reforma protestante a la vez que prácticas y credos tradicionales, como el uso de imágenes pero sin venerarlas. La iglesia anglicana se considera una iglesia católica reformada o una iglesia protestante sin nexos directos con los padres de la reforma.
En Estados Unidos, a raíz de la experiencia de la revolución Americana y al ambiente progresivamente favorable para el pluralismo, floreció y se desarrolló la idea del denominacionalismo. La palabra denominación connota la idea de que la iglesia es una entidad invisible que está representada por las diversas denominaciones o nombres que tienen las agrupaciones y organizaciones voluntarias que forman libremente los cristianos según sus preferencias personales. Entre las muchas denominaciones que hoy por hoy se han extendido por todo el mundo tenemos: La iglesia adventista del séptimo día, fundada a principios de los años 1800; la iglesia de Jesucristo de los santos de los últimos días o la iglesia de mormón, fundada por José Smith en 1830 en Fayyete, Neva York; Los Testigos de Jehová, denominación fundada por Charles T. Russell en 1879, Las iglesias pentecostales y las asambleas de Dios; fundadas a principios de los años 1900; y la Iglesia del Nazareno, que resultó de la unión de varios grupos independientes en 1907 y 1908.
Este resumen brevísimo de historia cristiana es una aproximación el panorama frente al cual hay que considerar el tema que nos concierne en esta serie: las doctrinas en la iglesia. Las experiencias de los cristianos en otras épocas, por una parte, ilustran una amplia gama de retos, aciertos y equivocaciones; y por otro, nos presentan el trasfondo de las diversas doctrinas que con frecuencia encontramos en las iglesias actuales. ¿Debe la iglesia que fue fundada para navegar contracorriente simplemente seguir el curso de los tiempos? ¿Cómo puede una iglesia llevada de un lado a otro por vientos doctrinales formados en las pasiones y ambiciones de las naciones ser señal de esperanza y transformación? Nuestra era está marcada por cambios sin precedentes. Vivimos en una época post cristiana en la que tal vez la mayoría ha perdido la fe en lo que el cristianismo puede significar en el mundo después de tantos siglos de alianzas y compromisos con los poderes de la tierra. Para muchos la única esperanza está en la fortaleza y la esperanza individual que la fe de cada cual pueda traer al corazón. Sin embargo, si hemos de creerle a Jesucristo, Dios espera de nosotros que seamos la sal y la luz del mundo, lo que significa que le enseñemos a otros lo que aprendemos de Él.
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