En el artículo anterior exploramos nueve razones por las que cabe esperar que en el mundo religioso abunden diversas doctrinas. Pero ¿cómo empezó la diversidad? En realidad, antes de abordar esta pregunta tenemos que contestar otra aún más fundamental. En el primer artículo dijimos que a leer la Biblia, particularmente el Nuevo Testamento, nos quedamos con la impresión de que los escritores bíblicos estaban convencidos de que lo que escribían era doctrina de Dios. ¿Estaban en lo correcto o se equivocaron pensando que sus escritos comunicaban doctrina verdadera? ¿Realmente se comunicó Dios con la Iglesia naciente o no hubo ninguna comunicación de su parte? ¿Hubo mandamientos y verdades verbalmente expresarles o fue la comunicación de Dios en la forma de algún tipo de sentimiento religioso individual en el corazón de cada creyente?
Estas preguntas son absolutamente fundamentales. De su respuesta depende todo lo que digamos a continuación. En esta serie sobre las doctrinas y la iglesia no tenemos espacio para desarrollar este tema con profundidad. Aquí simplemente vamos a asumir que Dios sí se comunicó, que sí hubo mandamientos y verdades expresas dadas a la iglesia primitiva. De no ser así, ninguna discusión sobre ningún asunto doctrinal, tendría sentido. En vez de doctrinas tendríamos que hablar de conveniencias, preferencias o tendencias. Pero, si a la iglesia primitiva se le enseñó una doctrina verdadera, ¿cómo, cuándo y dónde surgieron variantes significativamente diferentes de dicha doctrina?
Lea 1 Timoteo 4:1-5; 2 Timoteo 4:3-4; Hechos 20:28-30. Al poco tiempo de iniciada la iglesia, durante la primera y la segunda generación de creyentes, ya se veían surgir en los distintos puntos de influencia cristiana, errores y tendencias peligrosas que fueron la ocasión de severas advertencias por parte de los escritores bíblicos. Con el paso del tiempo estas tendencias y nuevos errores fueron tomando fuerza y dando forma a una iglesia que, aunque procede históricamente de la que iniciaron Jesús y sus apóstoles, es sumamente diferente.
Uno de esos cambios tiene que ver con la organización de las iglesias. Cuando leemos el Nuevo testamento, nos damos cuenta de que la organización de las iglesias primitivas era muy sencilla. Mediante la proclamación del mensaje de Jesús, la iglesia que había empezado en Jerusalén, a principios de los años 30 d. C., había crecido exponencialmente y se había extendido por una basta zona del imperio romano, incluyendo Roma misma, la capital del imperio. ¿Qué tipo de organización tuvo aquella gran iglesia intercontinental?
Los últimos libros del Nuevo Testamento fueron escritos a mediados de los años 90 d. C., unos 60 años después de que se iniciara la iglesia en Jerusalén. Sin embargo, en ninguna parte del Nuevo Testamento se hace referencia alguna a ninguna institución terrenal que pudiera representar un gobierno central humano de la iglesia universal.
Lea Efesios 1:22 y Coloreases 1:18. Las cartas a los Efesios y los Colosenses fueron escritas alrededor del año 62 d. C. Para entonces ya había comunidades cristianas en todas las principales ciudades del imperio romano. ¿cómo se refiere Pablo a este creciente el número de creyentes diseminados en los extensos territorios dominados por Roma? Ellos son la iglesia, sin más ni menos. La iglesia no tiene nombre propio porque no hay nada que provenga de sus miembros que valga la pena distinguir o resaltar. Su único distintivo es su Fundador, Salvador y Gobernador: Cristo. ¿Qué significa esto en la práctica?
Veamos algunos ejemplos. La iglesia primitiva no es la Iglesia Romana porque lo que los distingue no es su lealtad a un imperio o a una nación, sino la fe que los une a Cristo. No es la iglesia Paulina en mi Petrina, porque Pablo y Pedro son simplemente siervos de Cristo, y no están en competencia el uno contra el otro. No es la iglesia carismática, porque la gloria no está en los carismas sino en aquel que los da, es decir Cristo.
Lea Efesios 4:1-6. Para el apóstol Pablo no hay más que una iglesia. Hay una sola fe y una sola autoridad sobre la iglesia universal la cual es Jesucristo. En cualquier parte del imperio, cualquier persona dispuesta a creer en la fe de Jesucristo es añadida por Cristo a la iglesia universal mediante un solo bautismo (Lea Hechos 2:47 y 1 Corintios 12:12-13). Todos los creyentes tienen la misma esperanza y el mismo Espíritu. Todos adoran al mismo Dios, a quien reconocen como Padre de todos, declarándose así hermanos los unos de los otros. Pero ¿cómo se organiza esta iglesia universal a nivel local? ¿Como practican los creyentes en sus respectivos lugares ser Pueblo Nuevo de Dios, Iglesia de Jesucristo?
En sus respectivas comunidades los cristianos se unen como familia novedosa de Dios bajo la dirección de un grupo de hombres a quienes llaman ancianos, obispos o pastores (Lea 1 Timoteo 3:15 y Tito 1:5, Hechos 20:28). Los ancianos no representan ningún poder arbitrario o autónomo. Su función es dirigir sus respectivas comunidades siguiendo las directrices de la única cabeza, que es Cristo (Lea 1 Pedro 5:1-2). Ninguno de ellos tiene supremacía sobre los demás, Ni ejerce autoridad sobre otras comunidades distintas a la suya, porque la única autoridad de la Iglesia es la de Cristo (Lea Mateo 28:18).
Esta práctica empezó a cambiar a partir del siglo II. Muy gradualmente, en las iglesias, uno de los ancianos empezó a ostentar más autoridad que los demás. Poco a poco la palabra "obispo" empezó a usarse de una manera exclusiva para designar a esta persona, a quien se le atribuía la autoridad máxima en la iglesia local. No olvidemos que bajo la dirección de Cristo en la iglesia del primer siglo las palabras obispo, anciano y pastor se referían intercambiablemente al mismo grupo de personas y la única autoridad máxima era Jesucristo.
En el año 325 d. C., en el llamado «concilio» de Nicea, convocado por el emperador Constantino, los obispos fueron reconocidos oficialmente y recibieron privilegios, prestigio y autoridad sobre las iglesias afiliadas a sus respectivos distritos metropolitanos, aunque se mantuvo la independencia de cada obispo en relación con otros y sus respectivos distritos. Como bien lo anota Justo González, el nuevo poder impartido los obispos "pronto los llevó a cometer actos de arrogancia y corrupción." (Ver «The Story of Christianity, Vol 1, de Justo L. Gonzalez) Con mucha razón los cristianos del primer siglo insistieron en su doctrina y su práctica sobre la necesidad de mantenerse fieles únicamente a la autoridad de Jesucristo. El deseo de poder y gloria han sido siempre grandes tentaciones para los seres humanos (Lea 3 Juan 1:9).
Durante los 250 años siguientes el prestigio y el poder de ciertos obispos fue aumentando significativamente. Diversos factores políticos, sociales y eclesiásticos contribuyeron para fomentar la jerarquía y la concentración del poder en los líderes religiosos. Así, los obispos de Jerusalén, Antioquía, Alejandría, Constantinopla y Roma se convirtieron en los líderes más prominentes de la iglesia. Al poco tiempo, surgieron diversas y enconadas luchas de poder entre los líderes de oriente y occidente. Realmente se estaban disputando el puesto de «Obispo universal». De hecho, ya en el año 190 d. C. el obispo Víctor de Roma, había pretendido el título de «Obispo Universal», pero las iglesias en aquel entonces no lo tomaron en cuenta.
En el año 595 d. C. Juan IV de Constantinopla, pretendió ese título para la sede de Oriente. Sin embargo, Bonifacio III, obispo de Roma, dada la amistad que tenía con el emperador bizantino Flavio Focas Augusto logró que éste le concediera por decreto en el año 606 d. C., en contra de Ciríaco, sucesor de Juan IV, el poder para ser "cabeza de todas las iglesias" y que el título de "Obispo Universal" designara exclusivamente al obispo de Roma (Ver el artículo en la Enciclopedia Católica).
Así fue como paulatinamente surgió la Iglesia Católica con su formidable jerarquía. La palabra "católica" significa universal y las primeras veces que los cristianos la usaron querían decir la iglesia universal de Jesucristo. Sin embargo, ni la estructura jerárquica, ni muchas otras prácticas que caracterizan a la que hoy conocemos como la Iglesia Católica Romana, reflejan la doctrina y la práctica que encontramos en los escritos del Nuevo Testamento. Si bien la Iglesia Católica moderna surgió de un proceso histórico a partir de la iglesia del primer siglo, acerca de la cual habla la Biblia, tal iglesia es hoy sustancialmente diferente. El aparato jerárquico que la caracteriza no es una simple adaptación histórico-cultural necesaria. Al contrario, se aparta notablemente de la doctrina bíblica al sustituir el modelo de autoridad espiritual que enseñó Jesús por uno meramente humano y político.
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