Para la gran mayoría de cristianos hablar de Dios es hablar del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Pero esta idea tuvo su origen en épocas mucho más antiguas que el cristianismo. Dios empezó a dar a conocer la pluralidad de su ser desde el principio. De hecho, la palabra hebrea «elohím», que traducimos por Dios en español, es un plural. Además, sorprendentemente, al referirse a la creación del primer hombre, Dios uso también formas plurales para referirse a su intención. Él dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y nuestra semejanza» (Génesis 1:26). Por otra parte, el Espíritu Santo aparece desde la primera página de la Biblia inmediatamente después de que el Génesis nos dice que Dios creó en el principio los cielos y la tierra.
La simbología de estos versos es muy rica. En primer lugar, fijémonos que del verso uno al verso dos el foco de atención cambia súbitamente. De la creación del cosmos pasamos inmediatamente a la tierra. De aquí en adelante la tierra es el centro de interés. El Génesis no es un tratado de cosmogonía, ni el capítulo uno de dicho libro pretende explicar científicamente los orígenes del universo. Lo que el escritor del Génesis está haciendo en el primer capítulo de su libro es ofreciéndonos una visión panorámica del entorno en el cual se desarrollará la historia que nos va a contar a continuación.
El verso dos empieza diciendo que la tierra estaba desordenada, sin forma, vacía e inhóspita. El espacio estaba sumido en una oscuridad total. Pero el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.
La palabra espíritu es el término "ruaj" (ר֫וּחַ) en hebreo. Literalmente la palabra significa viento. Lo mismo sucede en el Nuevo Testamento. Ahí el término es “pneuma" (πνεῦμα), que también en griego significa viento.
No es que el Espíritu Santo sea viento, claro está. Tanto "ruaj" como “pneuma", son signos que evocan el dinamismo y el poder que observamos en el viento. El viento sopla suavemente o con fuerza. No lo vemos, pero vemos y sentimos sus efectos. Así sucede con el Espíritu Santo. Por otra parte también el aire y la vida son inseparables. Mientras respiramos estamos vivos. Sin el aliento que circula por nuestra nariz estamos muertos. Así, en Génesis 2:7 leemos que Dios formó al primer hombre del polvo seco de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida y el hombre llegó a ser un ser viviente.
Génesis 2:1 dice que el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Otras versiones traducen: "El Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas." La razón de esta traducción es que el verbo “rajaf" (רָחַף) denota un movimiento con interés, emoción o expectativa. Esta misma palabra la encontramos en Deuteronomio 32:11, donde leemos: "Como águila que revolotea sobre su nido y anima a sus pequeños a volar, así él abrió sus alas, lo agarró y lo cargó en sus plumas." Por supuesto, esto no quiere decir que el Espíritu Santo sea un pájaro. "Rajaf", en nuestro verso del Génesis, evoca la expectativa emocionada y la actividad del Espíritu Santo sobre las aguas donde habría de gestar la vida, la cual posteriormente transformaría en una maravillosa variedad de plantas y animales y finalmente en un hombre y una mujer, seres inteligentes creados para ser imagen y semejanza de Dios.
En Génesis 1:3 leemos que Dios dijo: «Que haya luz», y brilló la luz en la tierra, desplazando la oscuridad. La luz en la Biblia es un concepto que se relaciona con la presencia iluminadora y reveladora de Dios. Donde está Dios hay luz y descubrimiento. En Éxodo 3, Dios se le manifestó a Moisés desde un arbusto ardiendo en llamas. El fuego era el símbolo del gran descubrimiento y conocimiento penetrante y verdadero que Moisés habría de tener respecto de Dios y sus propósitos. Además el fuego también representaba la santidad exclusiva de Dios.
Así pues, desde la primera página de la Biblia ya encontramos a Dios, la Palabra y el Espíritu, fuente de vida y luz. Además, según el Génesis y el resto del relato bíblico, desde el principio de todo el Espíritu Santo "revolotea" con interés en la tierra animando nuestra historia con miras a un reposo armónico y final. El primer relato de la creación culmina con las siguientes palabras en Génesis 2:2-3:
«Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo. Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación.»
La actividad vivificante del Espíritu Santo, por supuesto, no se limita únicamente al principio de la creación. En la Biblia toda la vida en el planeta depende constantemente de la presencia y obra del Espíritu de Dios. Así En el Salmo 104:24 leemos: "SEÑOR, ¡qué numerosas son tus obras, todas ellas nos muestran tu sabiduría! La tierra está llena de tus criaturas." Más adelante en los versos 27 al 30 dice: "Todos ellos dependen de ti; tú les das su alimento en el momento adecuado. Tú les das y ellos recogen; abres tus manos y comen hasta quedar satisfechos. Cuando te alejas de ellos, se asustan; si les quitas el aliento, mueren y se vuelven polvo de nuevo. Pero cuando tú envías tu Espíritu, ellos recobran su salud y así haces que la faz de la tierra se renueve." Pero el aliento en los seres vivos no es el Espíritu, sino un signo que evoca y nos recuerda su intervención providencial.
Los «Testigos de Jehová» afirman que el Espíritu de Dios no es una persona sino «la fuerza activa de Dios». Sin embargo, los siguientes versos atribuyen al Espíritu Santo acciones, intenciones y propósitos personales.
Lucas 12:12, 1 Corintios 2:10-13 - El Espíritu Santo enseña.
Romanos 15:30 - El Espíritu Santo ama.
Efesios 4:30 - El Espíritu Santo se entristece.
Apocalipsis 2:7 - El Espíritu Santo habla.
Juan 15:26 - El Espíritu Santo testifica.
Juan 16:13, Romanos 8:14 - El Espíritu Santo guía.
Hechos 13:2-4 - El Espíritu Santo envía.
Hechos 20:28 - El Espíritu Santo nombra.
Juan 14:26 - El Espíritu Santo consuela.
Romanos 8:26 - El Espíritu Santo ayuda e intercede
1 Corintios 12:11 - El Espíritu Santo decide y reparte
1 Corintios 2:10 - El Espíritu Santo examina
Es claro, pues, que el Espíritu Santo es un ser personal. Además los escritores bíblicos le atribuyen deidad. Considere los siguientes versos:
2 Corintios 3:17
«Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.»
Hechos 5:3-4
«Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo... No has mentido a los hombres, sino a Dios.»
1 Corintios 3:16
«¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?»
Romanos 8:9-11
«Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él... Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.»
De modo pues que, según la Biblia, el Espíritu Santo tiene atributos personales y divinos y es uno con el Padre y el Hijo. Las palabras e imágenes que usa la Escritura para referirse a él son signos que nos ayudan a aproximarnos a su presencia y su obra. Reducir el Espíritu a una fuerza implica ignorar muchos testimonios bíblicos. Por otra parte, queda otra pregunta que resolver. ¿Podemos esperar en nuestro días las mismas manifestaciones milagrosas que ocurrieron por obra del Espíritu en los tiempos de la Biblia? Este será el tema de nuestro próximo estudio.
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