OTROS CAMBIOS SIGNIFICATIVOS

La iglesia es una entidad muy especial. La Biblia enseña que fue preparada y planeada por Dios antes de la fundación del mundo (1). Su fundador es Cristo mismo (2) y su constructor es el Espíritu de Dios (3). Sin embargo, los obreros que trabajamos en ella y colaboramos con el Espíritu Santo en su construcción somos humanos. Por consiguiente, la iglesia es a la vez el resultado de una obra tanto divina como humana. Al edificar la iglesia, Dios no anula nuestra humanidad ni nuestra libertad. Al contrario, en la iglesia somos llamados a potenciar nuestra humanidad, tal y como fue diseñada por Dios en su creación original. Esto implica dos cosas muy importantes para nosotros a la hora de evaluar los cambios ocurridos en el cristianismo a lo largo de los siglos: En primer lugar, la iglesia vive su llamamiento en contextos socioculturales específicos. En segundo lugar, cada uno de los creyentes que componemos la iglesia estamos constantemente expuestos a cometer equivocaciones y errores. Detengámonos unos momentos en la primera implicación.

Para ser pertinente, la Iglesia debe, como lo hizo el Maestro, proclamar y ser mensaje de Dios en el devenir diario de los distintos pueblos y localidades donde le corresponde vivir. Así, cuando leemos el Nuevo Testamento, nos encontramos con muchas prácticas, costumbres y términos que fueron parte de las sociedades y culturas en las que se desarrolló el cristianismo primitivo. Algunas de ellas son por ejemplo, la forma de saludar (4), la institución de la esclavitud (5), la tensión entre creyentes judíos y gentiles (6), los medios de transporte (7), la forma de demostrar una actitud de servicio (8), el significado convencional de ciertos cortes de cabello (9), y varias otras cosas más. Los cristianos del primer siglo pudieron ser sal en sus culturas porque supieron vivir y predicar su fe permaneciendo inmersos en sus respectivos mundos sin dejarse arrastrar por la corriente y sin convertirse ellos mismos en un grupo más del montón.

Las costumbres, los idiomas, los medios de comunicación, las instituciones y todas las demás expresiones culturales que caracterizan nuestra actividad humana cambian de una era a otra. Por consiguiente, el reto para la iglesia en cada época es estar en el mundo sin ser del mundo (10). Es decir, oír la voz de Dios y ponerse en marcha desde su propio lugar sociocultural. Únicamente así podemos ser una iglesia misionera, signo de esperanza y transformación. Pero, claro, esto implica el ejercicio de nuestro juicio humano.

Aún en el primer siglo, con la memoria fresca de los eventos y enseñanzas de Jesús y mientras el Espíritu Santo estaba revelando directamente la Palabra de Dios, podemos ver lo difícil que es este reto para la iglesia. El primer paso intercultural que tuvo que dar la iglesia tuvo que ver con la súbita acogida del Evangelio por parte de judíos extranjeros. La Iglesia nació en Jerusalén, en el contexto de una comunidad predominantemente Palestina. ¿Como había que vivir la fe en convivencia con un gran número de judíos con raíces griegas? El relato que leemos en Hechos 6:1-7 nos muestra claramente cómo el factor humano interfiere con el cumplimiento cabal de la voluntad de Dios. Más tarde la Iglesia tiene que dar otro importante paso intercultural. ¿Qué hacer con extranjeros simpatizantes del judaísmo, pero no convertidos todavía? ¿Se podía aceptarlos la iglesia sin necesidad de hacerlos primero judíos? En Hechos 10 y 11 leemos que ni aún para el apóstol Pedro éste fue un paso fácil. De hecho, a partir de ahí y a medida que el Evangelio se extendió por pueblos y ciudades cuya población era predominantemente gentil, surgieron múltiples cuestiones que los primeros cristianos tuvieron que discutir.

Desde el principio, pues, es claro que la fe se vive avanzando, a pesar de la vacilación inherente a nuestra condición humana. Si tuviéramos que representar en un esquema ese avance vacilante de la fe a través de los siglos, dibujaríamos una línea horizontal oscilante en la cual la subidas y bajadas representan nuestras incertidumbres y equivocaciones al avanzar por el derrotero que nos marca la palabra histórica de Dios, "la fe una vez dada a los santos". Se vale tener dudas e incluso equivocarnos, siempre y cuando avancemos en la dirección correcta. El problema es apostatar, desviarse de dirección. Este ha sido un peligro grave, también desde el principio (11). Veamos algunos ejemplos a continuación.

Aproximadamente a partir del año 200 d.C, en varias iglesias los cristianos empezaron a conmemorar la fecha del fallecimiento de los mártires y a hacer donaciones en su nombre. Gradualmente los obispos les dieron a estas celebraciones un carácter oficial. Éstos actos conmemorativos fueron tomando la forma de una veneración especial por aquellos que habían dado su vida por causa de Cristo. Posteriormente, a la lista de mártires se añadieron otros cristianos cuya piedad se consideraba sobresaliente. Así, pese a que en el Nuevo Testamento todos los creyentes son considerados santos, la palabra Santo se limitó únicamente a esta lista de personas especiales. En el año 1170 d. C. el papa Alejandro III afirmó que a nadie podía venerársele como santo sin la aprobación oficial de la Iglesia Católica Romana. Actualmente la Iglesia Católica solamente autoriza venerar como santos a aquellos que han sido oficialmente canonizados por el papa. Además, la veneración a los santos incluye el uso de imágenes, frente a las cuales los creyentes se arrodillan, piden de milagros, encienden velas y practican otras formas de adoración, mezclando enseñanzas cristianas con prácticas y festividades paganas.

En el año 253 d.C, Novaciano, recluido en una cama por causa de su enfermedad, fue bautizado rociándole agua sobre todo su cuerpo. Al principio a esto se le llamaba "bautismo clínico" y estaba reservado solamente para enfermos que no podían levantarse de su cama, aunque muchos dudaban de su validez. Eventualmente, después de mucha controversia, también se fue adoptando práctica de bautizar bebés, especialmente después de que Agustín (354-430 d. C.) propusiera en el que siglo cuarto la idea del pecado original. Sin embargo fue hasta el año 1311 d. C., en el concilio de Ravenna, que se decretó oficialmente que el bautismo por rociamiento era igual al bautismo por inmersión. En la actualidad la práctica general de la iglesia católica es el bautismo de infantes por rociamiento, aunque algunos templos católicos modernos están construyendo pilas, para bautizar a aquellas personas que prefieran hacerlo por inversión. De igual manera, el catolicismo oficial se está alejando de la idea del limbo como el lugar donde van a parar los niños que mueren sin ser bautizados.

Veamos a continuación otros cambios significativos. Bajo la dirección del Espíritu Santo, los cristianos del primer siglo se apartaron sustancialmente de ritos y ceremonias elaboradas y se concentraron en una adoración espiritual, sencilla y práctica centrada en la Palabra de Dios. Pero a partir del 250 d. C. el deseo de más rituales dio pie a que surgiera una clase sacerdotal separada del resto de la iglesia, pese a que en el Nuevo Testamento todos los cristianos son considerados un "sacerdocio real".(12) Del mismo modo, por ahí a partir del año 350 d. C. las reuniones de adoración empezaron a llamarse "misa", debido a la frase en latín "Ite, missa est", que se usaba para despedir la asamblea antes o después de la cena del Señor. La frase literalmente significa: "Váyanse, esta es la despedida." En la actualidad, la Iglesia Católica considera que durante la misa, el sacerdote renueva el sacrificio de Cristo en la cruz convirtiendo el pan y el vino literalmente en el cuerpo y la sangre de Jesús. A esta doctrina se le conoce como "transubstanciación" y no fue generalmente aceptada en la iglesia hasta después del año 800 d. C.

En el año 1704 d.C se le prohibió determinantemente a los sacerdotes que se casaran. Pero, puesto que hubo tanta resistencia, la práctica del celibato no se forzó con rigidez hasta después del año 1123 d. C. En el año 1564 d. C. El papa Pío IV decretó que solamente la Iglesia Católica tenía el derecho de interpretar las Escrituras. Los creyentes no deberían tener acceso individual y directo a la Palabra de Dios. En 1870, en el concilio Vaticano, se decretó el dogma de la "infalibilidad del papa". Según esta doctrina, cuando el papa habla oficialmente sobre asuntos de fe y moral está exento de cometer cualquier error. El 1 de noviembre de 1950 el papa Pío XII decretó del dogma de la Asunción de María, Según el cual, después de cumplida su misión en la tierra, María fue recibida en el cielo en cuerpo y alma.

Éstos y muchos otros dogmas y prácticas señalan un rumbo diferente al que marcó Jesús al establecer su iglesia en el primer siglo. En vez de una iglesia orientada por la palabra histórica de Dios, surgió una iglesia dirigida por las leyes y los decretos de los concilios y de los papas. En vez de una iglesia espiritual, despegada del mundo y retadora del paganismo, se fue formando una iglesia materialista, sincretista y apegada a lo ritual y a lo mágico. En vez de ser una iglesia que avanza contracorriente, aparece una iglesia que se acomoda al mundo y se confabula con los poderosos. No sigue la estrella que conduce a la sencillez del pesebre, signo inconfundible del nuevo pueblo de Dios, sino que se empeña en seguir la ruta equivocada de los grandes de la tierra que, siguiendo el consejo satánico, buscan a cualquier costo alcanzar la gloria de los astros.

El camino de Jesús jamás ha sido ancho, fácil o espacioso. Si queremos andar por él, tenemos que mantener puesta la mirada en la dirección hacia la que apuntan los eventos, las doctrinas y las prácticas del Nuevo Testamento. No basta con hacer una lectura superficial y legalista de sus documentos buscando repetir ciertas formas o credos aislados y creyendo haber restaurado con ello el cristianismo primitivo. Tampoco es suficiente una fe subjetiva y sin contenido incapaz de ofrecernos una guía real. Dios actuó y hablo en el primer siglo y con sus hechos y palabras dio comienzo a una nueva era, en cuyo desarrollo nosotros, en la alborada del siglo XXI, somos llamados a participar. No pretendemos tener todas las respuestas. Sabemos que erramos con frecuencia, pero puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, navegamos hacia la consumación final de la voluntad de Dios.

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(1) Efesios 1:4
(2) Mateo 16:18
(3) 1 Corintios 12:11
(4) Romanos 16:16
(5) 1 Corintios 7:21-22
(6) Gálatas 3:28
(7) Hechos 27:2
(8) Juan 13:1-20
(9) 1 Corintios 11:2-16
(10) Juan 17:15-16
(11) 1 Timoteo 1:19-20, 4:1-4
(12) 1 Pedro 2:9

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